jueves, 24 de febrero de 2011

De como nos conocimos

Aquella noche cambió todo. Lo recuerdo como si fuera ayer, de hecho es una experiencia que recordaré para siempre. Quizás, porque aquel día nacería el amor que siento por la cosa que más me gusta hacer en este mundo: leer. Lo que normalmente nace como un hábito en la infancia en mí no había existido hasta el momento que os expondré a continuación. Estad atentos, por favor.

Me habían castigado. Por alguna extraña razón, o quizás por la razón de siempre, había peleado con mi hermano y para mis padres, esta vez, no había dudas al respecto. La culpa la había tenido yo. No tendría que haberle tirado el agua de la fregona. Hasta ahí de acuerdo, pero él tampoco tendría que haberme chinchado, como siempre, el idiota. En cualquier caso, esta vez había ganado él y eso no podía más que hacerme enfadar. Encerrada, en mi habitación, tenía pocas opciones: estudiar, cosa que quedaba descartada desde que me confinaron allí, jugar a la consola, descartado también, porque se la habían llevado de mi cuarto o… leer. Mis ojos, confusos, se colocaron en la estantería que tenía al lado de la cama. No me gustaban demasiado las opciones que se me ofrecían, la verdad: algún cuento y un par de libros “para mayores” que no llamaban de ningún modo mi atención. Suspiré. No tenía mucho donde elegir.

De modo que mis dedos rodearon el lomo de uno de los libros más pesados y me lo bajé a la cama, donde me senté. Bufé, malditos fueran mis padres, pero finalmente abrí el volumen y mis ojos comenzaron a seguir las líneas que allí se me presentaban. Al principio no hacía más que detenerme para quejarme de mi suerte, ¡quería ver la tele o jugar a los videojuegos! Pero cuanto más avanzaba en la lectura, más interesante me parecía sin poder evitarlo. Y poco a poco me fui introduciendo en aquel mundo que el autor me presentaba y, contra todo pronóstico, me gustaba lo que encontraba. Tal fue el caso que hasta me metí en la cama con el libro. Cuando mis padres me apagaron la luz, seguí leyendo a escondidas, con una linterna. Hata que sin poder evitarlo, me quedé dormida.

Y cuando desperté, no estaba en donde debía. Tenía el libro en la mano, pero lo que había a mi alrededor nada tenía que ver con mi habitación. Estaba en una sala grande, con buena iluminación. En el centro de la sala podía ver algunas mesas con sillas y hermosas lámparas color verde. Un mostrador vacía y unos altos ventanales convertían aquella sala en un hermoso espacio. Pero lo que sin duda era la nota predominante, eran las estanterías llenas de libros, de todos los colores y temáticas. Desde cuentos para niños hasta ensayos para personas de alto nivel intelectual. Me quedé muy sorprendida al verme a mí misma paseando por allí, mirando y apretando mi libro contra el pecho. Las horas se pasaron pronto, como en un suspiro. Y de pronto, sin previo aviso, mi madre apareció allí, buscándome.
- Brigit, es hora de ir al colegio.
-  ¿Tan pronto, mamá?

La biblioteca se diluyó en mis sueños, y cuando desperté, allí estaba mi madre, junto a mi cama. Pestañeé y la observé, ella me miraba, ceñuda. ¿Y la biblioteca?, ¿había sido un sueño? Me levanté, con cara triste y el libro apretado contra el pecho. Me había dado tanta pena que estuve a punto de llorar. Mi madre lo achacó a mi pelea con mi hermano y me abrazó. Pero cuando dejó de hacerlo le pedí un libro nuevo.

Creo que ese fue el comienzo de mi pasión…

No hay comentarios:

Publicar un comentario